"...Y no le otorgo poder al mal, ni a la tristeza, ni a la desesperación, solo al amor, a la esperanza y a la paz."

jueves, 2 de junio de 2016

Exitos Letalis

“La primera vez que se muere un paciente bajo tu cuidado, sientes que eres el responsable de esa muerte, sientes un vacío en tu ser, un vacío en el corazón y una gran tristeza que te embarga, haces el duelo respectivo y luego asimilas esa muerte como algo predestinado.”
Es fácil decir que los médicos pierden la sensibilidad humana. Cuando egresan de la universidad, adquieren una gran responsabilidad con su propia vida y la de los demás seres humanos. Requieren de una gran preparación mental y espiritual, porque ellos, se enfrentan con la muerte en una forma directa. Aun así, experimentan un sentimiento de culpa a pesar de estar convencidos de haber hecho todo de manera correcta y adecuada. Cada vez que papá tiene un paciente delicado, se siente la tensión en casa, su humor y ánimo cambia, lo sentimos distante. Suele ser cerrado con sus emociones negativas; cuando está triste es muy difícil que cuente porqué. Él es la primera persona más fuerte que conozco. “Sólo ponemos una coraza protectora para no sucumbir ante los demás y poder inspirarle fortaleza a los familiares cuando nos toca darles la mala noticia, no es fácil.”
Fue la muerte de su madre, el siete de noviembre del año dos mil cuatro, lo que más deprimió a mi papá. Sentía que había fallado como médico, que todo se había acabado y a sí mismo se decía: “tanta gente que he ayudado en peores condiciones, y ahora que es mi madre: fallo”.


Última visita
Es domingo, una noche tranquila en casa, alrededor de las siete u ocho. Cecilia sube a la habitación principal y se sienta al pie de la cama, le acaricia los pies a su hijo mientras lo saluda con cariño a él, y a su esposa, Zuleima. Le comenta acerca de su día: Había ido a misa en la tarde. Tenía días sintiéndose decaída. No le había comentado porque no quería molestarlo ni llamarlo por teléfono. Bárbaro le reclama haberle comentado primero a Adela, su hermana menor, ya que vive en otra ciudad y no podría hacer nada útil, recomendando que es con él con quien debe comunicarse cuando se sienta mal; es médico y además, su vecino. Zuleima, aún acostada en la cama, interviene en la conversación: - ¡Llámelo cuando quiera, ese es su hijo! Cecilia ligeramente coloca sus manos sobre los pies de ella como un gesto de aprecio, y dice: “Ya me siento bien, esas son cosas de tu hermana, Bárbaro.” Se despide diciendo que llamará en caso de que lo necesite. Baja las escaleras, toma un cambur de la cocina y da la bendición a sus dos nietos antes de salir de la casa.
Once y cuarenta de la noche, suena el teléfono alumbrando en la pantalla: “Mamá.” Bárbaro sale de la casa inmediatamente, semidesnudo. Encuentra a Cecilia en el patio común con mucha dificultad para respirar, le dice que aguarde un segundo. Sube a la habitación corriendo por las escaleras, y se viste rápidamente: - “Zuleima, llevaré a mi mamá a la clínica.”
Santa Bárbara: ve morir a su más grande amor
Ya en la clínica, Cecilia se rehúsa a sentarse en la silla de ruedas. Llegan a la habitación, enseguida Bárbaro, en su rol de médico, le coloca los electrodos del equipo de electrocardiografía, en las posiciones establecidas convencionales y le realiza un EKG, imprimiéndose las imágenes eléctricas que genera el corazón en el papel termo sensible. Luego lo interpreta según las reglas y en base a criterios establecidos científicamente, confirma: Infarto del Miocardio Masivo. Le instaura tratamiento pertinente para la afección: “Ahora sí, no me gusta esto”, dice Cecilia. Pierde el conocimiento y hace un paro cardo-respiratorio. No hay ruidos cardiacos, ni pulso. Procede a reanimarla con maniobras convencionales de Reanimación Carpio Pulmonar (RCP), masa cardíaco, entubación oro-traqueal, adrenalina, atropina, etc. durante 30 minutos, sin obtener éxito y muy a su pesar, confirma que se produce “Éxitos Letalis”
Muere Cecilia a las doce y quince minutos de la madrugada, cuatro días después de su cumpleaños número 66. Bárbaro, en medio de la impotencia y con mucha desesperación, destroza los equipos médicos junto con la habitación entera. Llora desconsoladamente con la única compañía de su enfermero de confianza; Leandro. 
Al recuperar la calma, llama por teléfono a su papá. Federico baja inmediatamente de su apartamento ubicado en el último piso del edificio de la Clínica Santa Bárbara, empresa familiar.


Alto voltaje
Se escucha el ruido de una gaveta cerrándose muy fuerte. En la misma habitación dormían los niños. Todos despiertan asustados. Se escucha la voz susurrante y de sorpresa de mamá: “Se murió Cecilia”, seguida de un silencio que invade la mente de los tres. Pocos minutos después, suena el teléfono: Papá informando; falleció la abuela infartada.
Ya todos en la residencia saben la noticia. Bajan, sin separarse, hacia la sala donde se encuentran tíos y Bárbaro, nuestro hermano mayor; venían a informar. En el instante, hubo un alto voltaje. Todos los bombillos de la casa empiezan a explotar, uno por uno, desordenados; primero el de la escalera, seguido el de la cocina, sala de arriba, habitaciones, sala de abajo, comedor. Estupefactos, nadie explica nada; sólo fue un alto voltaje. La tristeza nubló las casas. Era la abuela, quien a pesar de su carácter, mantenía en armonía la familia.
El médico, dando la fúnebre noticia a los demás familiares desde la clínica. Su coraza salió a flote. Fue doble trabajo, ¿cómo explicas que se murió tu madre en tus brazos, sin poder hacer nada más? Debió transmitir tranquilidad cuando él, por dentro, estaba muriendo de dolor. Fue duro certificar la muerte de Cecilia, sólo pensaba en que a escasas tres horas, ella había estado sentada en su cama acariciándolo y diciéndole que ya se sentía bien.


La muerte, es lo más seguro que tienes en la vida, pero por más que queramos no estamos preparados para enfrentar ese momento que debería ser normal. Ver a tu madre morir en tus brazos no es lo que esperas cuando te conviertes en médico, pero pasa, así como a mi papá. Cuando tenemos un familiar en su lecho de muerte, culpamos a Dios y a los médicos que no pudieron salvarlo, sin antes agradecer y comprender como seres humanos que somos, el sentimiento que conlleva ser responsable de una nueva oportunidad de vida, o así, de una muerte. “Después de un tiempo lo asimilas y te reconforta que ayudas a salvar muchas más vidas que las que se te mueren y eso te da un alivio espiritual.”

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