Y resulta que descubres quién
eres, cada segundo de tu vida. Pasas todo el día disfrutando de ello, de lo que
piensas de las flores, de lo que sientes oliendo el café. Y al final del día
eso eres; los pensamientos que te llevaron a hacer cada acción. Estar contigo y
hacer de cuenta que estas insatisfecha con cada una y por eso quieres correr
por todas tus acciones, completando las misiones, con un horario y
preguntándote ¿ahora qué? Porque eres ansiosa. Porque así debe ser, debes crear tu rutina según las
horas. De hecho para que cualquier cosa funcione debes practicarla una y otra
vez para que pueda hacerse costumbre, y así lo puedas mantener funcionando. Sucede
con las horas estipuladas para comer, para estudiar, para bañarte, para dormir,
para tomar las pastillas, para asistir a donde debes ir y por supuesto para
estar en ese maravilloso sitio que amas estar. Terminas todas las misiones para
descansar. Aunque durante el día recuerdas disfrutar una y otra vez las nubes,
las flores, y la gente… y estás en paz contigo... Te crees fuerte. Lo hiciste
bien. Entonces lees, tomas algo de tiempo para ti, y finalmente te vas a
dormir. Todos tus pensamientos están fugaces, pero puedes descansar. Entras en
calma. Llegó la hora del trance. Ese que tanto disfrutas y comparas con el
orgasmo. Sueñas.
Hasta que despiertas y algo pasa,
los sueños se caen, y te hartas de estar contigo, te disgustas y no entiendes,
no aceptas nada. No hay calma. Empieza un terrible encuentro contigo, te desesperas
y te das cuenta de que suman más las calamidades ¡PORQUE TE QUEJAS! ¡PORQUE LO
PIENSAS DEMASIADO! Porque sigues molesta contigo por no terminar de actuar,
porque estás inconforme de no haber cumplido las misiones. Todas esas emociones
rugen como salvajes, y comienzas a referirte a paradigmas que no te hacen bien.
Todo está fatal. Las circunstancias son más grandes. Te haces la víctima. Eres
pequeña. La impotencia te hace maltratarte, gritas, lloras y te molestas con el
mundo. Todo pierde el sentido. Ya no hay tantas razones para creer, para tener
paz, para alegrarte cuando ves las flores. Eres frágil. Intentas hablarlo y
nadie te entiende. Haces drama y luego quieres desaparecer. Y ya ninguna
palabra que pronunciaste tiene sentido. Y ninguna respuesta que diste te gusta.
¡LO PIENSAS DEMASIADO OTRA VEZ! Hay explosiones de emociones. Millones. Como
las luces en una noche de festival. Y así una disyuntiva interna muy violenta
termina… con una palabra que escuchas después de respirar profundo… después de
leer una frase que te hizo sentir paz… reaccionas… vuelves en ti… Siempre lo
encuentras.
Ya no hay reproches. Te explicas
las respuestas a las preguntas que te habían mantenido ansiosa. Todo cobra
sentido. Como si nada, la paz se posa en ti. Y crees en el amor, respiras
profundo, sabes que te amas. Te halagas. Te haces bien. Te sientes bien. Disfrutas
de tu alrededor. Tus metas vuelven a tener camino. Hay más luz. Los ojos
abiertos. Agradeces, te recuerdas cómo caíste y porqué, sin excusas,
transparente, te disculpas. Sonríes y quieres ir a la cama a soñar. Estás
meditando.
Y resulta que vives, cuestionándote
tanto que no crees vivir. Exprimes. Sientes demasiado. Te gusta ser así porque
sabes que eres capaz de equilibrarte. Lo has hecho antes. Ya no es difícil. Te
conoces. Sabes todas las razones. Están en ti todas las respuestas. Eres tú a
quien debes encontrar todos los días. Cuando descubres cada segundo de tu vida…
Cuando sientes con el olor del café. Cuando te emocionas con ver la luna
gigante o miras el sol distante, con los colores en el cielo. Cuando piensas en
ti. Cuando piensas en él. En ellos. Cuando amas, y abrazas… vives cuando hablas
y te burlas y te ríes, y comparas, te enfureces y sonríes… cuando corres...
Vives
cuando haces y lo que haces tiene sentido.